VAL DE SAN ROMÁN.
El anciano y su nieto avanzan con calma, admirando el paisaje en el sendero que conecta una antigua mina romana con San Val de Román. Mientras caminan, comparten historias sobre lo que ocurrió en este lugar en tiempos pasados. Al llegar a la cima de Val de San Román, donde se encuentra la elegante iglesia, el abuelo sonríe y le entrega al nieto su bastón de roble. El sol marca su camino, y el calor del día modula el compás de la pareja. Sin necesidad de pronunciar una palabra, el abuelo de cabellos canosos hace un gesto con la mano, invitando a su nieto a unirse a él en la entrada del templo, donde busca el agradable refugio de la sombra vespertina. Tras beber un par de sorbos de agua, retoman su animada plática. Entonces, el abuelo le dice al joven: “En este lugar, los astrales Lorenzo y Román se enfrentan en una lucha por la fe, observando las tierras de Somoza, el antiguo territorio astur que fue romanizado a base de sudor, espadas y comercio. Muchos astures, impulsados por las legiones de Augusto, descendieron de las nevadas cumbres del Teleno en busca de conquistar esta nueva tierra." Legiones, que en su afán de equilibrio, buscaron sin descanso el "Decumanus" que proviene de duodecimanus, la línea de las doce horas entre la salida y la puesta del sol, de Este a Oeste. Esta línea geográfica, a modo de nuevo sendero de Anu, de Real Tar de Atón, de camino del barco de Horus, de recorrido del dios Apolo en su carruaje de fuego como cadena de Lugh, fue el signo de alianza entre las ciudades de Éfeso, Roma y el Finis Terrae, el fin de la tierra, el lugar donde según la tradición, el Sol poniente viaja hacia las entrañas de la Tierra para renacer nuevamente al amanecer. Y en un punto de esa sagrada línea se halla San Román. Lugar mágico, cargado de simbolismo y de misterio sobre una pequeña loma iluminada por el sol a la entrada del pueblecito de Val de San Román.
Nuestro santo Román nació a finales del siglo IV en la región de Bugey, en el departamento de Ain, y era hermano de San Lupicino. Proveniente de una familia adinerada, recibió su educación en la ciudad de Lyon, que fue llamada de Lugh, situada sobre las antiguas ruinas del pomerium romano. Ese lugar en la colina de Fourvière, flanqueada por el río Saona, había sido un centro de culto neolítico y un área de enterramiento. En el s. V fue conocido como el monasterio de Ainay y mencionado por Gregorio de Tours como Athanaco o Atanasio, en honor al erudito de Alejandría que se opuso a Arrio. Román estudió bajo la tutela de un sabio vate, San Sabino, hasta que, alrededor de los 35 años, decidió abandonar el monasterio para retirarse en soledad, igual que los druidas lo habían hecho siglos antes, en la poco poblada zona de Condalisco, Condat, donde actualmente se ubica la ciudad de Saint-Claude, en Jura. Las calcáreas montañas del Jura ya fueron refugio de pastores del Neolítico, los ritos chamánicos y druídicos dieron forma con sus ecos a los cantos y rezos de los nuevos cenobitas que buscaron refugio entre sus húmedas cuevas siendo también la morada del abad Román. En esas montañas, el agua omnipresente fue dando forma a un paisaje único, donde se formaron unas asombrosas cuevas subterráneas. En el año 444 el obispo san Hilario de Arlés (401-449) lo ordenó sacerdote. A partir de este primer establecimiento fueron surgiendo otros, llegando a formar una congregación. Román, uno de los llamados padres del Jura, murió el 463 y fue enterrado en Saint-Roman-de-Roche.
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